Fue
grande la emoción de la inolvidable historiadora Hortensia Pichardo
Viñals, cuando visitó por primera vez aquel apartadísimo punto de la
geografía cubana hace más de 30 años, en ocasión del centenario de la
muerte del Mayor General Vicente García González. Y confesaba entonces
lo difícil de hablar de la reunión en San Miguel de Rompe del cuatro de
agosto de 1868, y no sentir de cerca la sacudida interior que
ciertamente provocan sitios prominentes en la historia de la Patria.
Fue en aquel sitio donde por primera vez se encontraron los jefes de los grupos organizados de Oriente y de Camagüey. Tuvo un importantísimo papel el Comité Revolucionario de Bayamo, que en su cita de agosto de 1867 en la casa de Perucho Figueredo, había acordado recorrer el archipiélago, constituir nuevos comités revolucionarios, y reunirse otra vez al cabo de un año.
Fue en aquel sitio donde por primera vez se encontraron los jefes de los grupos organizados de Oriente y de Camagüey. Tuvo un importantísimo papel el Comité Revolucionario de Bayamo, que en su cita de agosto de 1867 en la casa de Perucho Figueredo, había acordado recorrer el archipiélago, constituir nuevos comités revolucionarios, y reunirse otra vez al cabo de un año.
Sorprende la madurez de los iniciadores
de la gesta, que decididos e impetuosos, desarrollaban una actividad
como de orfebres del tiempo, y que por la causa de la libertad eran
capaces de remontar graves desavenencias entre ellos.
Desde el principio, Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio y Perucho
Figueredo, fueron los nombres más recurrentes. Aguilera, el hacendado
más rico, no solamente sacrificaría todo su patrimonio por la causa.
Llegado el momento, humildemente y por la unidad revolucionaria, dejaría
en manos de Céspedes la dirección del movimiento.
En las fuentes españolas, se menciona a
Francisco Muñoz Rubalcaba, santiaguero radicado en Las Tunas, casado con
Tomasa Varona González, prima de Vicente García González. Ese hombre,
de espíritu aventurero de pueblo en pueblo, que trabó amistades y
relaciones en tantas partes, al parecer dio nombres y señas. Algo de
cierto habría en la documentación confidencial hispana: la reunión del
cuatro de agosto de 1868 se realizó en la jurisdicción de Las Tunas, y
Muñoz Rubalcaba fue uno de los participantes.
Resulta consenso de la historiografía el
grado de reserva de lo discutido en San Miguel de Rompe, y que por lo
visto ni siquiera se levantó acta de lo tratado. Así y todo, trascendió
el interés de articular un plan de acción con el cual todo el mundo
estuviera de acuerdo. Y sobre todo, fijar una fecha para el alzamiento.
Es de esperar que se las vieran muy difíciles para conciliar criterios.
Fue allí donde Carlos Manuel de Céspedes
lanzó la encendida arenga de levantarse cuanto antes. Algunos
historiadores aseguran que los representantes de Camagüey hasta
plantearon marcharse de la reunión, porque no estarían autorizados por
su gente a acordar un día cero para el inicio de las hostilidades.
Por el Camagüey fueron Salvador Cisneros
Betancourt y Carlos Loret de Mola. ¿Estaría allí la génesis de la
animadversión mutua de El Marqués de Santa Lucía y el hombre
del ingenio Demajagua? ¿Quién sabe? Según trascendió, los principeños
exigieron que para próximos encuentros, acudiera una representación de
los grupos orientales, porque siempre estarían en minoría. Los del
Oriente estuvieron de acuerdo. En Guáimaro en abril de 1869, volvería el
asunto a discutirse, cuando Antonio Zambrana se refirió a “la tiranía
del número”, con lo cual –según sus palabras—siempre el Oriente estaría
en ventaja. En San Miguel de Rompe, como en Guáimaro, los conspiradores
del este cubano cedieron en nombre de la unidad.
Hubo, eso sí, dos tendencias. Unos se
pronunciaban por el alzamiento inmediato. Otros aconsejaban esperar un
año más y tener mejores condiciones. Proclamaron el tres de septiembre
como el día de la independencia, y acordaron reunirse dos días antes, es
decir, el primero, en la finca Muñoz, también en la jurisdicción
tunera.
Los grupos conspirativos extenderían
allí el criterio de postergar el alzamiento hasta que terminara la
zafra. Sin embargo, los aires de Revolución en aquel encuentro de agosto
de 1868 tuvieron sus consecuencias. La chispa había prendido, y ya
nadie era capaz de sofocar la llama. Ni siquiera ellos mismos, de
haberlo querido.
Los anfitriones Vicente García González y
Francisco Muñoz Rubalcaba asistieron entonces a Muñoz sin voz ni voto,
pero el propio Salvador Cisneros Betancourt, partidario de esperar un
poco más, admitió haber recibido el reclamo de Vicente García González,
de Luis Figueredo y de otros, de no influir en la demora para lanzarse
contra España.
Es tanto el simbolismo de la reunión de
San Miguel de Rompe, que muchos coinciden en que allí concurrieron doce
fundadores como en la Última Cena de Jesús. Siempre se menciona al
Comité Revolucionario de Bayamo y se precisa una docena de nombres.
Fueron en realidad 15, pero una cifra
distinta del registro bíblico no podría arrebatarle un solo cuanto de
redención. Y si faltara un Judas Iscariote, pues salvando todas las
justificaciones posibles, ahí estaría el caso de Belisario Álvarez
Céspedes, de quien el historiador cubano José Abreu Cardet hizo el mejor
retrato.
De acuerdo con el Diccionario Enciclopédico de Historia Miliar de Cuba,
muy cerca del lugar de la reunión, el 12 de febrero de 1877, las
huestes del Mayor General Vicente García González tendieron una
emboscada donde la parte española sufrió ocho muertos.
En su visita al lugar en 1986, la
doctora Hortensia Pichardo Viñals proclamaba la necesidad de levantar un
gran monumento, que legara el futuro la grandeza de aquel encuentro del
cuatro de agosto de 1868. A lo largo de estos años, más bien prevalece
la queja permanente de la no debida atención al modesto obelisco
erigido. La gratitud a los padres reclama peregrinar en todas las formas
de tributo a aquel segmento de Patria donde ellos la pensaron y juraron
conquistarla al precio de sus propias vidas.
Tomado de Radio Camoa
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