La colega Yaicelin Palma nos cuenta su experiencia en la cobertura periodísitica al paso de la Caravana que trasladó los restos de Fidel Castro por Las Tunas.
Ya pasaron algunos días, pero la memoria ni siquiera lucha contra el
olvido porque la experiencia se perpetúa, minuto a minuto, con tan solo
escuchar el nombre de Fidel Castro, o ver en los alrededores de mi
tierra el reflejo de su uniforme verde olivo.
El dos de diciembre de 2016 será un día imborrable para mí, como lo
es para todos los cubanos el dos de diciembre de hace 60 años. En ambos
su figura se convierte en el centro de todas las remembranzas.
Solo llevo tres meses de graduada como Licenciada en Periodismo, y
nunca me imaginé, o mejor dicho, nunca quise que mi prueba de fuego
fuera durante la despedida de mi Comandante. Sin embargo, hasta eso se
lo debo a Fidel.
No era mi primera vez en una transmisión en vivo, pero me pasa como a
los enamorados cuando el segundo amor supera al anterior. Narrar el
paso de la caravana con las cenizas del líder eterno de esta Revolución
es un acontecimiento que no lo superará nada ni nadie por el derroche de
sentimientos encontrados.
Desde la azotea del transmisor de Radio Victoria, ubicado en el
poblado majibacoense de El Rincón, describí, para toda Cuba, el trayecto
del cortejo fúnebre, y aunque traté de evitar el nudo en la garganta
durante mi exposición para no maltratar las palabras y por ende el
mensaje, las lágrimas vinieron después.
Ay Fidel, si hubieses visto a tu pueblo, crecido, enérgico, dolido
con tu partida, entregarte el último adiós que se convierte en un hasta
la victoria siempre, y correr detrás de ti como niños que corren detrás
de su padre, te sentirías muy orgulloso del presente y el futuro que
dejaste.
Pero así somos los cubanos, fieles a tu legado, dignos de tus
palabras, agradecidos de tus hechos y tu confianza, porque hoy tu nombre
se multiplica por once millones, y hasta más, porque el mundo entero te
acompaña.
Tomado de tiempo21
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