Tuve
la suerte de compartir con Jorgito una película que disfruté mucho, hace décadas atrás, con mi padre. Y, para ser
sincero, mi hijo hizo ahora las mismas preguntas
que yo le hiciera al viejo en aquel entonces.
Se
trata de El flautista contra los ninjas, un filme paquetero que fue furor en
los años 80 y describe un tipo de Robin
Hood coreano que lucha por la justicia de los pobres.
Con
mis poco más de diez años, mi padre me llevó una tarde al cine para ver la
película de una de las tantas tandas
corridas que se proyectaban. Luces que se apagan, gritos y chiflidos de la
muchachada, pantalla gigante que se enciende, y ninjas corriendo a toda velocidad sobre el
agua… para mí era todo un espectáculo.
Con
Jorgito, fue diferente. En la comodidad de la casa, frente al televisor, una que otra vez haciendo pausa para tomar
agua, ir al baño o esclarecer alguna interrogante, al igual que hice yo años atrás,
en el medio de una escena. ¿Qué es una concubina? ¿Cómo los ninjas pueden andar
bajo tierra? ¿Es verdad que el flautista puede volar como un helicóptero? Sin
contar la exclamación, risa y demás…. Papi no tuvo la suerte mía. Él contestaba
sobre la marcha o me decía: “cuando se acabe la película te la contesto”; y ahí
iba yo, a recordarle y él a explicarme y sacarme de
dudas.
Solo
fuimos mi hijo y yo. Disfrutamos cada minuto de esta película de artes
marciales como si fuera recién estrenada. Mis ojos brillaron al verlo feliz y recordar los ojos luminosos de mi padre, llenos de satisfacción después de la función
.
Así
es la vida, un ciclo. Y hoy, que el viejo ya no está, sucesos tan sencillos
como ver una película me lo devuelven desde
el cariño, puedo sentirlo más cerca. Y, sobre todo, me hacen estar inmensamente
orgulloso del hombre que fue. Ojalá, cuando el tiempo pase y transcurra otra
ciclo, mi niño sienta lo mismo.